El pasado viernes 21 de Febrero colgamos el
cartel de no hay entradas en la biblioteca del centro para disfrutar
de la séptima sesión de Vivir del Cuento dedicada a Roald Dahl.
Contamos con la inestimable colaboración de las alumnas de 1ºde ESO Silvia, Hanae,
Miriam y Carla en la lectura de Caperucita
roja y el lobo y con la de Ester, Marta, Paula, Micaela, Marta
y María en la lectura de Los
Tres Cerditos.
Aquí
les dejamos el cuento de Caperucita
roja y el lobo:
CAPERUCITA ROJA Y EL LOBO
Estando
una mañana haciendo el bobo
le entró
un hambre espantosa al Señor Lobo,
así que,
para echarse algo a la muela,
se fue
corriendo a casa de la Abuela.
"¿Puedo
pasar, Señora?", preguntó.
La pobre
anciana, al verlo, se asustó
pensando:
"¡Este me come de un bocado!".
Y, claro,
no se había equivocado:
se
convirtió la Abuela en alimento
en menos
tiempo del que aquí te cuento.
Lo malo
es que era flaca y tan huesuda
que al
Lobo no le fue de gran ayuda:
"Sigo
teniendo un hambre aterradora...
¡Tendré
que merendarme otra señora!".
Y, al no
encontrar ninguna en la nevera,
gruñó con
impaciencia aquella fiera:
"¡Esperaré
sentado hasta que vuelva
Caperucita
Roja de la Selva!"
-que así
llamaba al Bosque la alimaña,
creyéndose
en Brasil y no en España-.
Y porque
no se viera su fiereza,
se
disfrazó de abuela con presteza,
se dio
laca en las uñas y en el pelo,
se puso
la gran falda gris de vuelo,
zapatos,
sombrerito, una chaqueta
y se
sentó en espera de la nieta.
Llegó por
fin Caperu a mediodía
y dijo:
"¿Cómo estás, abuela mía?
Por
cierto, ¡me impresionan tus orejas!".
"Para
mejor oírte, que las viejas
somos un
poco sordas". "¡Abuelita,
qué ojos
tan grandes tienes!". "Claro, hijita,
son las
lentillas nuevas que me ha puesto
para que
pueda verte Don Ernesto
el
oculista", dijo el animal
mirándola
con gesto angelical
mientras
se le ocurría que la chica
iba a
saberle mil veces más rica
que el
rancho precedente. De repente
Caperucita
dijo: "¡Qué imponente
abrigo de
piel llevas este invierno!".
El Lobo,
estupefacto, dijo: "¡Un cuerno!
O no
sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te
toca hablarme de mis dientes!
¿Me estás
tomando el pelo...? Oye, mocosa,
te comeré
ahora mismo y a otra cosa".
Pero ella
se sentó en un canapé
y se sacó
un revólver del corsé,
con calma
apuntó bien a la cabeza
y -¡pam!-
allí cayó la buena pieza.
Al poco
tiempo vi a Caperucita
cruzando por
el Bosque... ¡Pobrecita!
¿Sabéis
lo que llevaba la infeliz?
Pues nada
menos que un sobrepelliz
que a mí
me pareció de piel de un lobo
que
estuvo una mañana haciendo el bobo.
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