El pasado viernes 31 de enero tuvo lugar la cuarta sesión de Vivir del cuento.
Vicente y Julica leyeron los cuentos:
- Una llave no es suficiente de Agustín Fernández Paz.
- Lo importante de Magdalena Lasala.
A continuación os dejamos los cuentos para que podáis disfrutar de su lectura.
UNA LLAVE NO ES SUFICIENTE
Todo empezó hace unos días, justo en la fecha en la que yo cumplía años. Cuando leí aquel anuncio en el periódico, pensé que estaba delante de la gran oportunidad que venía buscando desde hacía tanto tiempo. Podía tener al alcance de la mano la solución de todos mis problemas. Porque allí lo decía bien claro:
Duplicamos
todas
con o sin muestra
Era, sin duda, la señal que estaba esperando.
Pero un poco más tarde ya me había invadido el desánimo otra vez. Podría tratarse de un cerrajero que exageraba para hacerse notar, ahora que hay tanta competencia y en cualquiera de los grandes almacenes te tropiezas con una sección de duplicado de llaves. ¿Cómo saber si era una buena pista?.
Decidí acercarme hasta las oficinas del periódico en el que lo había leído. Pedí que me dejasen consultar todos los ejemplares de las dos semanas anteriores. Pero en ninguno aparecía el anuncio. Sólo venía en el de ese mismo día, 29 de mayo, precisamente la fecha de mi cumpleaños. Claro, que muy bien podría ser que el cerrajero empezase a poner los anuncios en esa fecha y que continuasen en días posteriores. Decidí esperar.
Durante varios días aguardé expectante la llegada del periódico. ¡Nada! ¡El anuncio no volvió a aparecer nunca más! El hecho de que apareciese una vez sola y en una fecha tan señalada era para mí una señal inequívoca. ¡Valía la pena explorar aquella posibilidad!
Cogí el teléfono y marqué el número que aparecía en el anuncio. La voz masculina que me contestó no tenía nada raro, era más bien impersonal. Me dijo que tenía poco trabajo y que solamente abría la tienda por las mañanas, de doce a dos. La dirección que me dio era "calle de los Ángeles, 42". ¡Todo coincidía! Temblando de emoción, concerté una cita para el día siguiente.
El corazón no me cabía en el pecho cuando llegué al piso bajo del número 42 de la calle de los Ángeles. Llamé a la puerta y entré. Era un bajo pequeño y estrecho, el típico local que alquilan algunos zapateros o algunos cerrajeros para ejercer su oficio. Un hombre joven estaba al otro lado del mostrador, mirándome con curiosidad. Me dirigí a él:
-Buenos días. Soy el que llamó ayer por teléfono, ¿se acuerda de mí? El que le dijo que tenía que hacerle un encargo difícil.
- ¡Ah sí, ya me acuerdo! Pues usted dirá.
- Espero que no se ría. No estoy loco. Pero, la verdad, el encargo que quiero hacerle no es muy habitual.
- No se preocupe por eso. ¡Si le contase todas las cosas que he hecho!
- Pues verá… -había que decirlo rápido, así que cogí aliento y continué-: Llevo años buscando una llave muy preciada, sin haberla hallado nunca. ¡La llave de la felicidad! No la encuentro y mi vida es un infierno, La necesito: si no, no sé lo que voy a hacer…
- ¿Es sólo eso? -me interrumpió el cerrajero-. ¡Pues ya podía usted haber venido antes, que se habría evitado muchos sufrimientos!
Cuando vio mi expresión de asombro, continuó con una sonrisa:
- Mire, hace unos meses vino por aquí una chica rubia, más o menos de su edad, con el mismo encargo que usted. El trabajo me llevó su tiempo y muchas pruebas, porque no conseguía entender bien lo que ella quería. Más de dos meses estuve con esa llave. Pero por fin rematé mi trabajo. Y, como siempre que tengo un encargo difícil, en previsión de un nuevo pedido, hice algunas copias de reserva. Aguarde, que ahora le busco una.
Revolvió en la trastienda y, al poco tiempo, apareció con un sobre de cartón grueso, dentro del cual estaba la llave. Pagué por ella una cantidad que se me antojó irrisoria. Fui después hasta el paseo Marítimo y allí busqué un banco solitario. Me senté y, con movimientos nerviosos, abrí el sobre. ¡Allí estaba!
Era una llave muy hermosa, grande como las de las casa antiguas, hecha de un metal brillante, dorado y ligero. ¡La llave de la felicidad! ¡Ya era mía! Desde aquel momento todo iba a cambiar.
Eché a correr por la playa, lleno de alegría, asustando a las gaviotas a mi paso. De súbito me paré ¡Acababa de caer en la cuenta! Me inundó un sudor frío y tuve que apoyarme en una roca cercana. Todas las llaves sirven para abrir una puerta, precisan una cerradura en la que se puedan introducir... Yo tenía la llave de la felicidad, sí; pero ¿y la cerradura? ¿Dónde estaba la cerradura que me permitiría abrir la puerta que da paso a un mundo diferente?
Me entró un hondo desánimo y sentí lástima de mí mismo. Pasé un tiempo apoyado en la roca, hasta que un rayo de sol me dio en la cara. En el cielo se abrían pedazos de azul y, por uno de ellos, el sol quemaba con ganas. Renové mis ánimos. ¡No se conquistó Roma en un día! Bien mirado, lo importante era que ya tenía la llave. Ahora solamente faltaba que se me presentase la oportunidad de encontrar la cerradura y la puerta adecuadas. Y para eso tenía una buena referencia: la chica rubia que encargó una llave semejante a la mía. ¡Seguro que estaba predestinado a tropezarme con ella!
Desde aquel día ando por las calles de la ciudad mirando a todas las chicas rubias y de ojos azules. De momento no he visto nada especial en ninguna de las que he encontrado. Pero hay que tener paciencia y continuar. ¡Nadie ha dicho nunca que conseguir la felicidad sea cosa fácil!
Cuentos por palabras
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