martes, 25 de marzo de 2014

VIVIR DEL CUENTO 10º SEMANA


El viernes 21 de Marzo presentamos el cuento de Antón Castro titulado "El carterista".
En esta ocasión, Ousmane, lector de 2º de ESO, leyó la historia de un ladrón de carteras que empezó con el "oficio" en los años cincuenta en Zaragoza, recorrió todo Aragón y acabó su vida "profesional" en Granada.
Si os apetece leer este u otro relato de Antón Castro podéis pasaros por la Biblioteca y solicitar el libro "El dibujante de relatos".



jueves, 20 de marzo de 2014

PEP BRUNO NOS VISITA CON SU CUENTACUENTOS

El pasado miércoles 12 de marzo alumnos y profesores de segundo de ESO disfrutamos nuevamente de una sesión con el cuentista manchego Pep Bruno.
Durante una hora, a través de referencias a la adolescencia del autor y algún guiño a los relatos que nos contó el curso pasado, Pep tejió historias que nos ayudan a reflexionar sobre la VIDA y sus retos.











VIVIR DEL CUENTO. 9ª SEMANA




El pasado viernes, 14 de marzo disfrutamos en la biblioteca del cuento de Rodari titulado "Cuando en Milán llovieron sombreros".
Los alumnos de primero de la ESO (Chaima, Anna, Mariona, Ainhoa y Juan David) leyeron estupendamente el increíble relato del autor italiano.
Os invitamos a leerlo de nuevo y a elegir el final que más os guste.


 Cuando en Milán llovieron sombreros

Una mañana, en Milán, el contable Bianchini iba al banco enviado por su empresa.

Era un día precioso, no había ni siquiera un hilillo de niebla, hasta se veía el cielo, y en el cielo, además, el sol; algo increíble en el mes de noviembre. El contable Bianchini estaba contento y al andar con paso ligero canturreaba para sus adentros: «Pero qué día tan bonito, qué día tan bonito, qué día tan bonito, realmente bonito y bueno...»

Pero, de repente, se olvidó de cantar, se olvidó de andar y se quedó allí, con la boca abierta, mirando al aire, de tal forma que un transeúnte se le echó encima y le cantó las cuarenta:

—Eh, usted, ¿es que se dedica a ir por ahí contemplando las nubes? ¿Es que no puede mirar por dónde anda?

—Pero si no ando, estoy quieto... Mire.

—¿Mirar qué? Yo no puedo andar perdiendo el tiempo. ¿Mirar dónde? ¿Eh?¿¡Oh!? ¡La Marimorena!

—Lo ve, ¿qué le parece?

—Pero eso son... son sombreros...

En efecto, del cielo azul caía una lluvia de sombreros. No un solo sombrero, que podía estar arrastrando el viento de un lado para otro. No sólo dos sombreros que podían haberse caído de un alféizar. Eran cien, mil, diez mil sombreros los que descendían del cielo ondeando. Sombreros de hombre, sombreros de mujer, sombreros con pluma, sombreros con flores, gorras de jockey, gorras de visera, kolbaks (gorra de pelo que llevaban los cazadores de la guardia consular de Napoleón) de piel, boinas, chapelas, gorros de esquiar...

Y después del contable Bianchini y de aquel otro señor, se pararon a mirar al aire muchos otros señores y señoras, también el chico del panadero, y el guardia que dirigía el tráfico en el cruce de la vía Manzoni y la vía Montenapoleone, también el tranviario del tranvía número dieciocho, y el del dieciséis e incluso el del uno...

Los tranviarios bajaban del tranvía y miraban al aire y los pasajeros también descendían y todos decían algo:

—¡Qué maravilla!

—¡Parece imposible!

—Pero bueno, será para anunciar medialunas.

—¿Qué tienen que ver las medialunas con los sombreros?

—Entonces será para hacer propaganda del turrón.

—Y dale con el turrón. No piensa más que en cosas que llevarse a la boca. Los sombreros no son comestibles.

—Entonces, ¿son de verdad sombreros?

—No, mire, ¡son timbres de bicicleta! ¿Pero es que no ve usted también lo que son?

—Parecen sombreros. Pero, ¿serán sombreros para ponerse en la cabeza?

—Perdone, ¿dónde se coloca usted el sombrero, en la nariz?

Por lo demás, las discusiones cesaron rápidamente. Los sombreros estaban tocando tierra, en la acera, en la calle, sobre los techos de los automóviles, alguno entraba por las ventanillas del tranvía, otros volaban directamente a las tiendas. La gente los recogía, empezaba a probárselos.

—Este es demasiado ancho.

—Pruébese éste, contable Bianchini.

—Pero ése es de mujer.

—Pues se lo lleva a su mujer ¿no?

—¡Se disfraza!

—¡Exacto! Yo no voy al banco con un sombrero de mujer...

—Démelo a mí, ése le va bien a mi abuela...

—Pero también le va a la hermana de mi cuñado.

—Este lo he tomado yo primero.

—No, primero yo.

Había gente que salía corriendo con tres, cuatro sombreros, uno para cada miembro de la familia.

También llegó una monja corriendo; pedía gorras para los huerfanitos.

Y cuantos más recogía la gente, más caían del cielo. Cubrían el suelo público, llenaban los balcones. Sombreros, sombreritos, gorras, gorritos, bombines, chisteras, chapeos, sombrerazos de cow-boy, sombreros de teja, de pagoda, con cinta, sin cinta...

El contable Bianchini ya tenía diecisiete entre los brazos y no se decidía a seguir su camino.

—No todos los días hay una lluvia de sombreros, hay que aprovecharlo, uno se aprovisiona para toda la vida, como a mi edad la cabeza ya no crece...

—Si acaso se hará más pequeña.

—¿Cómo más pequeña? ¿Qué pretende insinuar? ¿Que perderé la cabeza?

—Vamos, vamos, no se enfade, contable; llévese esa gorra militar...

Y los sombreros llovían, llovían... Uno cayó justo encima de la cabeza del guardia (que ya no dirigía el tráfico; total, los sombreros se iban donde querían): era una gorra de general y todos dijeron que era una buena señal y pronto ascenderían al guardia.

¿Y luego?







PRIMER FINAL



Unas horas después, en el aeropuerto de Francfort, aterrizaba un gigantesco avión de Alitalia que había dado la vuelta al mundo cargando toda clase de sombreros, destinados a ser expuestos al público en una Feria Internacional del Sombrero.

El alcalde había ido a recibir la preciosa carga. Una banda municipal entonó el himno ¡Oh, Tú, Sombrero Protector de las cabezas de Valor! con música del profesor Juan Sebastián Ludovico Bächlein. Como es natural, el himno se interrumpió a la mitad cuando se descubrió que los únicos sombreros transportados por el avión a Alemania eran los del comandante y los de los otros miembros de la tripulación...

Esto explica los motivos de la lluvia de sombreros acaecida en la capital lombarda, pero, lógicamente, la Feria Internacional tuvo que postergarse sin fecha establecida. El piloto que había dejado caer los sombreros sobre Milán por error, fue severamente amonestado y condenado a volar sin gorra durante seis meses.





SEGUNDO FINAL



Aquel día llovieron sombreros. Al día siguiente llovieron paraguas.

Al otro cajas de bombones. Y después, sin interrupción, llovieron frigoríficos, lavadoras, tocadiscos, cubitos de caldo en paquetes de cien, corbatas, pasteles, pavos rellenos. Por último, llovieron árboles de Navidad cargados de toda clase de regalos. La ciudad estaba literalmente inundada por todas aquellas riquezas. Las casas rebosaban. Y los comerciantes se sintieron fatal, pues habían esperado ansiosamente las semanas de las fiestas para hacer buenos negocios.







TERCER FINAL



Llovieron sombreros hasta las cuatro de la tarde. A esa hora en la plaza de la catedral había una montaña más alta que el monumento. La entrada al atrio estaba bloqueada por una pared de sombreros de paja. A las cuatro y un minuto se levantó un gran viento. Los sombreros empezaron a rodar por las calles, cada vez a mayor velocidad, hasta que levantaron el vuelo, enredándose en los hilos de la red del tranvía.

—¡Se van! ¡Se van! —gritaba la gente.

—Pero, ¿por qué?

—A lo mejor ahora van a Roma.

—¿Y cómo lo sabe? ¿Se lo han dicho ellos?

—Pero qué a Roma, miren: vuelan hacia Como.

Los sombreros se elevaron sobre los tejados, como una inmensa bandada de golondrinas, y se fueron volando; nadie sabe en dónde acabaron porque no cayeron ni en Como ni en Busto Arsizio. Los sombreros de Milán lanzaron un suspiro: aquel día no les llegaba la camisa al cuerpo.







                                                    GIANNI RODARI, Cuentos para jugar


martes, 11 de marzo de 2014

VIVIR DEL CUENTO 8ª SEMANA

El viernes 7 de Marzo dedicamos la sesión de lectura de relatos a Max AUB. Su libro, Crímenes ejemplares, editado por Media Vaca, es uno de los más manoseados de nuestra biblioteca. Elegimos cuatro de sus microrrelatos y disfrutamos de la lectura que hicieron de los mismos Sofiane, Adrián, Héctor y Miriam. Fue la sesión con mayor afluencia de público, de momento.
Ahí van los crímenes leídos:
 


* Estábamos al borde la acera, esperando el paso. Los automóviles se seguían a toda marcha, el uno tras del otro, pegados por sus luces. No tuve más que empujar un poquito. Llevábamos doce años de casados. No valía nada.




* Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.



* Hacía un frío de mil demonios. Me había citado a las siete y cuarto en la esquina de Venustiano Carranza y San Juan de Letrán. No soy de esos hombres absurdos que adoran el reloj reverenciándolo como una deidad inalterable. Comprendo que el tiempo es elástico y que cuando le dicen a uno a las siete y cuarto, lo mismo da que sean las siete y media. Tengo un criterio amplio para todas las cosas. Siempre he sido un hombre muy tolerante: un liberal de la buena escuela. Pero hay cosas que no se pueden aguantar por muy liberal que uno sea. Que yo sea puntual a las citas no obliga a los demás sino hasta cierto punto; pero ustedes reconocerán conmigo que ese punto existe. Ya dije que hacía un frío espantoso. Y aquella condenada esquina abierta a todos los vientos. Las siete y media, las ocho menos veinte, las ocho menos diez. Las ocho. Es natural que ustedes se pregunten que por qué no lo dejé plantado. La cosa es muy sencilla: yo soy un hombre respetuoso de mi palabra, un poco chapado a la antigua, si ustedes quieren, pero cuando digo una cosa, la cumplo. Héctor me había citado a las siete y cuarto y no me cabe en la cabeza el faltar a una cita. Las ocho y cuarto, las ocho y veinte, las ocho y veinticinco, las ocho y media, y Héctor sin venir. Yo estaba positivamente helado: me dolían los pies, me dolían las manos, me dolía el pecho, me dolía el pelo. La verdad es que si hubiese llevado mi abrigo café, lo más probable es que no hubiera sucedido nada. Pero ésas son cosas del destino y les aseguro que a las tres de la tarde, hora en que salí de casa, nadie podía suponer que se levantara aquel viento. Las nueve menos veinticinco, las nueve menos veinte, las nueve menos cuarto. Transido, amoratado. Llegó a las nueve menos diez: tranquilo, sonriente y satisfecho. Con su grueso abrigo gris y sus guantes forrados:

-¡Hola, mano!

Así, sin más. No lo pude remediar: lo empujé bajo el tren que pasaba.




* Roncaba. Al que ronca, si es de familia, se le perdona. Pero el roncador aquel ni siquiera sabía yo la cara que tenía. Su ronquido atravesaba las paredes. Me quejé al casero. Se rió. Fui a ver al autor de tan descomunales ruidos. Casi me echó:

-Yo no tengo la culpa. Yo no ronco. Y si ronco, ¡qué le vamos a hacer!, tengo derecho. Cómprese algodón hidrófilo…

Ya no podía dormir: si roncaba, por el ruido; si no, esperándolo. Pegando golpes en la pared callaba un momento... pero en seguida volvía a empezar. No tienen ustedes idea de lo que es ser centinela de un ruido. Una catarata. Un volumen tremendo de aire, una fiera acorralada, el estertor de cien moribundos, me rasgaba las entrañas emponzoñándome el oído, y no podía dormir. Y no me daba la gana de cambiar de casa. ¿Dónde iba yo a pagar tan poco? El tiro se lo pegué con la escopeta de mi sobrino.




MAX AUB


Crímenes ejemplares
 

 


martes, 4 de marzo de 2014

LEER JUNTOS MARZO

 
LEER JUNTOS ESO sigue en marcha con buen ánimo. Después de la lectura comentada de El camino de Miguel Delibes, retomamos Leer juntos con la obra de Silvia Alcántara, Olor de colonia.
El encuentro de Marzo tendrá lugar el día 25 a las 21h en la biblioteca.
Está abierto a todos los padres y profesores que quieran.
 
 
 
http://www.escriptors.cat/autors/alcantaras/pagina.php?id_sec=3773